Una muerte puede ser devastadora para una familia. Es, en efecto, una muerte (la de una hermana apenas mayor) el hecho que signa la vida de Agustín, el protagonista de El amor nos destrozará, y la de sus padres. Esta muerte repentina cambia todo para peor; lo que en las primeras páginas se percibe como la infancia más o menos feliz de un chico de siete años se convierte, desde ese momento, en un descenso al infierno para Agustín, que deberá convivir con una madre al borde de la locura y un padre que se abandona a la tristeza. Encerrado en su departamento, evadiéndose de la realidad como puede (escondiéndose en un placard o en la terraza del edificio), Agustín atraviesa la infancia y la adolescencia como si viviera en una zona de guerra, protegiéndose del fuego y las esquirlas con la memoria de Soledad, su hermana muerta - la canción de Joy Division que da título al libro, grabada una y otra vez en un casete encontrado por casualidad entre las cosas de ella, le servirá al protagonista como un talismán a lo largo de los años.
 La voz de Agustín cuenta la historia desde un futuro más o menos lejano, invocando a la memoria -la frase "quiero acordarme" se repite a lo largo del libro-, confundiendo a veces situaciones o fechas como quien busca algo en una habitación oscura, encontrando certezas que pueden o no venir del recuerdo. En esa reconstrucción imperfecta del pasado, Erlan enfoca la trama en el crecimiento y el aprendizaje de Agustín, eludiendo hábilmente cualquier mención a las circunstancias de la muerte de la hermana. La narración se construye con frases breves y veloces, quizás excesivamente fragmentadas, y con una prosa por momentos poco precisa, que no evita el lugar común. Es en este plano estético donde se ve el flanco más débil de esta novela, por lo demás sólidamente construida.
 En la película La habitación del hijo, de Nanni Moretti, una muerte inesperada sacude los cimientos de una familia de clase media italiana, sólidamente anclada en la aparentemente eterna prosperidad europea de principios del siglo XXI. En la novela de Erlan, la muerte destruye los vínculos familiares como una deflagración instantánea, fulminante; esta precariedad, que deja a Agustín prácticamente solo en un mundo hostil y decadente, quizás sea espejo de la debilidad del tejido social de la Argentina de los 90, donde se desarrolla la mayor parte de la acción. En esta década, sutilmente señalada en el texto por nombres de canciones y películas y por marcas de la época -el desempleo, los viajes a Miami, la creciente diferencia entre estratos sociales-, Agustín hará su tránsito hacia la vida adulta, apoyado en el afecto ocasional de unos pocos amigos, en la música que descubre en la adolescencia y en el recuerdo fantasmal de su hermana. Pero a diferencia de la familia de Moretti, que en la escena final mira con esperanza el mar de Ancona, Agustín emerge de la tragedia a una vida sin horizontes, en la que solo podrá valerse de sí mismo y de su memoria - esta es, quizás, la imagen de una época y de un país. © LA GACETA

Máximo Chehin